martes, 27 de julio de 2010

Cambio y fuera

Hay distintos tipos de cambios, además de los de los autos. Hay cambios paulatinos, casi imperceptibles, nimios, partes de un gran gran cambio. Y hay otros abruptos, a la fuerza, detonados por un tercero a sabiendas o no.
Lo único que se sobre los cambios, si es que se puede saber algo, es que dan miedo. A algunos los paralizan, a otros simplemente no. Algo tan natural como la mutación, tan incondicional, casi podría afirmar lo único permanente – esto fue robado de una canción- a veces me deja en cero, a cero. Ser o no, es cambiar o no.
Y tratando de ser objetiva- la gran falacia del periodismo- pienso que los mejores cambios, los quiebres de la vida, son generalmente los más duros, los más lentos, cuesta arriba, como a cinco millones de metros por sobre el nivel del mar. Son esos que nos dejan sin aire, sin habla y a veces hasta sin vida –lo que no significa muerte sepa usted distinguir, por favor- .
Basta de filosofar en vano, a esta altura usted, señor lector, se preguntará a que viene toda esta chachara de mutación del ser. El problema es que este cambio que le pienso contar aún no tiene un desenlace, o si porque la vida se compone de un montón de desenlaces hasta el cajón o las cenizas - en el mejor de los casos, ya que el ser podría tener muertes aún más horribles como por ejemplo el ser carnada de ballena, pero eso es harina de otro cuento-
No se si fue de día o de noche, se que estaba el cuerpo del ser en posición de reposo, de eso estoy segura. Los cambios generalmente llegan así, cuando uno está boca arriba o fetal, según la predilección del ser. Es como que la sangre se dispersa dando lugar a los deseos que viajan a través de las cañerías. Y así llegó, ese malestar, esa necesidad de tirar la toalla con el tablero y el agua de la pecera. Esas ganas de despegar los ravioles de la tapa de los sesos, de ordenar a los patitos y sobre todo de deshacerse. ¿De qué? ¿De quién? ¿Del cómo y del cuándo? Sobre todo deshacerse de los porque. De las justificaciones a seres superiores y sobre todo a los inferiores. Nadie merece justificarse, pensó el ser, primero. Ya no quiero más de esto, pensé. (Ojo a continuación no hay suicidio, el ser es oscuro a veces pero sobre todo cursi y sentimentaloide -valga el neologismo-). Y así empezó todo, una sola frase en una noche cálida o una tarde lluviosa no sabría especificar. La mutación lleva ya tanto tiempo gregoriano que los detalles se desdibujan.
A las semanas o tal vez horas, el ser comenzó a dejar de justificarse. Simplemente empezó a hacer o en realidad a borrar lo hecho porque en ese papel ya no le quedaba lugar. Nunca arrepintiéndose téngalo en cuenta, señor lector, más bien se podría comparar a cuando usted se deshace de fotos de gente que ya no ve arrojándolas a la papelera de reciclaje o tira las carpetas enmohecidas del secundario.
Y así, un día vio que su lienzo ya estaba en blanco… y le agarró bloqueo de escritor. No supo que hacer con tanto espacio, antes no había lugar y ahora no había nada. Entonces el ser se volvió a arrojar a los brazos de la pista de aterrizaje de Morfeo. Acumuló millas en la aerolínea cama, en donde solo se regodeó en su vacio. Y sintió miedo… Y quedó frio, duro como si Medusa lo hubiera intentado seducir.
Y así siguió por siglos o tal vez días, nunca lo sabré, hasta que ya no fue. O más bien hasta que se quedó sin cigarrillos y parose de la cama. Sin querer, o tal vez queriendo volvió a seguir cambiando, hasta que planee un rato y decida que quiero volver a justificarme. Porque el ser será muchas cosas, pero jamás, jamás, jamás querrá reencarnar en potus.

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